- Lo que importa más es la vida: el estilo debe vivir.
- El estilo debe ser apropiado a tu persona, en función de una persona determinada a la que quieres comunicar tu pensamiento.
- Antes de tomar la pluma, hay que saber exactamente cómo se expresaría de viva voz lo que se tiene que decir. Escribir debe ser sólo una imitación.
- El escritor está lejos de poseer todos los medios del orador. Debe, pues, inspirarse en una forma de discurso muy expresiva. Su reflejo escrito parecerá de todos modos mucho más apagado que su modelo.
- La riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos. Hay que aprender a considerar todo como un gesto: la longitud y la cesura de las frases, la puntuación, las respiraciones; También la elección de las palabras, y la sucesión de los argumentos.
- Cuidado con el período. Sólo tienen derecho a él aquellos que tienen la respiración muy larga hablando. Para la mayor parte, el período es tan sólo una afectación.
- El estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no sólo que los piensa, sino que los siente.
- Cuanto más abstracta es la verdad que se quiere enseñar, más importante es hacer converger hacia ella todos los sentidos del lector.
- El tacto del buen prosista en la elección de sus medios consiste en aproximarse a la poesía hasta rozarla, pero sin franquear jamás el límite que la separa.
martes, 2 de julio de 2013
Diez mandamientos F Nietszche
Teoría del tunel J Cortázar
El caballo y su viva entraña
amanecen a una tarea terrible, y lo que va del siglo ha mostrado el
astillamiento de estructuras consideradas escolarmente como normativas. Aún no
hemos conocido mucho más que el movimiento de destrucción; este ensayo tiende a
afirmar la existencia de un movimiento constructivo, que se inicia sobre bases
distintas a las tradicionalmente literarias, y que sólo podría confundirse con
la línea histórica por la analogía de los instrumentos. Es en este punto donde
el término literatura requiere ser sustituido por otro que, conservando la
referencia al uso instrumental del lenguaje, precise mejor el carácter de esta
actividad que cumple cierto escritor contemporáneo.
Si
hasta este punto no hemos pasado de mostrar cómo nuestro escrito barrena las
murallas del idioma literario por una razón de desconfianza, por creer que de
no hacerlo se encierra en un vehículo sólo capaz de llevarlo por determinados
caminos, importa ya reconocer que esa agresión no responde a una ansiedad de
liberación frente a convenciones formales, sino que revela la presencia de
dimensiones esencialmente incontenibles en el lenguaje estético, pero que
exigen formulación y en algunos casos son formulación. El escritor agresivo no
incurre en la puerilidad de sostener que los literatos del pasado se expresaban
imperfectamente o traicionaban su compromiso. Sabe que el literato vocacional
arribaba a una síntesis satisfactoria para su tiempo y su ambición, con un
proceso como el que he mostrado en el caso de Balzac. Nuestro escritor advierte
en sí mismo, en la problematicidad que le impone su tiempo, que su condición
humana no es reductible estéticamente y que por ende la literatura falsea al
hombre a quien ha pretendido manifestar en su multiplicidad y su totalidad;
tiene conciencia de un radiante fracaso, de una parcelación del hombre a manos
de quien mejor podía integrarlo y comunicarlo; en los libros que lee no
encuentra de sí mismo otra cosa que fragmentos, modos parciales de ser: ve una
acción mediatizada y constreñida, una reflexión que cree forjarse sus cauces y
discurre tristemente encauzada apenas se formula verbalmente, un hombre de
letras como quien dice una sopa de letras, personaje invariable de todos los
libros, de todas las literaturas. Y se inclina con temerosa maravilla ante esos
escritores del pasado donde asoma, proféticamente, la conciencia del hombre
total, del hombre que sólo conviene en órdenes estéticos cuando los halla
coincidintes con su libre impulso, y que a veces los crea para sí mismo como
Rimbaud o Picasso. Hombre con conciencia clara de que debe elegir antes de
aceptar, que la tradición literaria, social o religiosa no pueden ser libertad
si se las acepta y continúa pasivamente. De hombres tales testimonian muchos
momentos de la literatura, y el escritor contemporáneo observa sagazmente que
en todos los casos su actitud de libertad se ha visto probada por alguna manera
de agresión contra las formas mismas de lo literario. El lenguaje de las letras
ha incurrido en hipocresía al pretender estéticamente modalidades no estéticas
del hombre; no sólo parcelaba el ámbito total de lo humano sino que llegaba a
deformar lo informulable para fingir que lo formulaba; no sólo empobrecía el
reino sino que vanidosamente mostraba falsos fragmentos que reemplazaban
-fingiendo serlo-, a aquello irremisiblemente fuera de su ámbito expresivo.
La
etapa destructiva se impone al rebelde como necesidad moral ... y como marcha
hacia una reconquista instrumental, y es asimismo aquel cuya libertad sólo
alcanza plenitud dentro de formas que la contienen adecuadamente porque de ella
misma nacen por un acto libre, se comprende que la exacerbación contemporánea
del problema de la libertad (que no es don gratuito y sí conquista existencial)
tenga su formulación literaria en la agresión contra los órdenes tradicionales.
Se repara en ciertas situaciones entiendo por esto una estructura temática a
expresar, a manifestarse expresivamente que no admiten simple reducción verbal,
o que sólo formuladas verbalmente se mostrarán como situaciones -lo que ocurre
en las formas automáticas del surrealismo, donde el escritor se entera que su
obra es esto o aquello.
Mirando
así las cosas, se advierte la necesidad de dividir al escritor en dos grupos
opuestos: el que informa la situación en el idioma (y ésta sería la línea
tradicional), y el que informa el idioma en la situación. En la etapa ya
superada de la experimentación automática de la escritura, era frecuente
advertir que el idioma se hundía en total bancarrota como hecho estético al
someterse a situaciones ajenas a su latitud semántica, tanto que el retorno
momentáneo del escritor a la conciencia se traducía en imágenes fabricadas...
falsa aprehensión de intuiciones que sólo nacían de adherencias verbales y de
visión extraverbal. El idioma era allí informado en la situación, subsumido a
ésta: se advertía, en la total actividad "literaria", lo que antaño
fuera sólo privativo de las más altas instancias de la poesía lírica.
No
puede decirse que la tentativa de escritura automática haya tenido más valor
que el de lustración y alerta, porque en definitiva el escritor está dispuesto
a sacrificarlo todo menos la conciencia de lo que hace, como tanto lo repitiera
Paul Valéry. Afortunadamente, en las formas conscientes de la creación se ha
arribado a una concepción análoga de las relaciones necesarias entre la
estructura-situación y la estructura-expresión, se ha advertido, a la luz de
Rimbaud y el surrealismo, que no hay lenguaje científico-o sea colectivo,
social- de rebasar los cuadros de la conciencia colectiva y social, es decir
limitada y atávica; que es preciso hacer el lenguaje para cada situación y que
al recurrir a sus elementos analógicos, prosódicos y aun estilísticos,
necesarios para alcanzar comprensión ajena, es preciso encararlos desde la
situación para la cual se los emplea, y no desde el lenguaje mismo.
Nuestro
escritor da señales de inquietud... sospecha que el hombre ha alzado esa
barrera (la del lenguaje) al no ir más allá del desarrollo de formas verbales
limitadas, en vez de rehacerlas, y que cabe a nuestra cultura echar abajo, con
el lenguaje "literario", el cristal esmerilado que nos veda la
contemplación de la realidad.
...Esta
agresión contra el lenguaje literario, la destrucción de formas tradicionales,
tiene la característica propia del túnel; destruye para construir. Sabido es
que basta desplazar de su orden habitual una actividad para producir alguna
forma de escándalo y sorpresa. Una mujer puede cubrirse de verde desde el
cuello a los zapatos sin sorprender a nadie; pero si además se tiñe de verde el
cabello, hará detenerse a la gente en la calle. La operación del túnel ha sido
técnica común de la filosofía, la mística y la poesía, pero el conformismo
medio de la "literatura" a los ordenes estéticos torna insólita una
rebelión contra los cuadros internos de su actividad.
Puerilmente
se ha querido ver en el túnel verbal una rebelión análoga a la del músico que
se alzara contra los sonidos considerándolos depositarios infieles de lo
musical, sin advertir que en la música no existe el problema de información y
por ende de conformación, que las situaciones musicales suponen ya su forma,
son su su forma.
La
ruptura del lenguaje ha sido entendida desde 1910 como una de las formas más
perversas de la autodestrucción de la cultura occidental; consúltese la
bibliografía adversa a Ulysses y al surrealismo. Se ha tardado, se tarda
en ver que el escritor no se suicida como tal, que al barrenar el flanco verbal
opera una necesaria y lustral tarea de restitución. Ante una rebeldía de
este orden, que compromete el ser mismo del hombre, las querellas tradicionales
de la literatura resultan meros y casi ridículos movimientos de superficie. No
existe semejanza alguna entre esas conmociones modales, que no ponen en crisis
la validez de la literatura como modo verbal del ser del hombre, y este avance
en túnel, que se vuelve contra lo verbal desde el verbo mismo pero ya en un
plano extraverbal, denuncia a la literatura como condicionante de la realidad,
y avanza hacia la instauración de una actividad en la que lo estético se ve
reemplazado por lo poético, la formulación mediatizadora por la formulación
adherente, la representación por la presentación.
...la Literatura habrá de
mantenerse invariable como actividad estética del hombre, custodiada, acrecida
por los escritores vocacionales. Seguirá siendo una de las artes, incluso de
las bellas artes; adherirá a los impulsos expresivos del hombre en el orden de
lo bello, lo bueno y lo verdadero... Dejémosla en su reino bien ganado y
mantenido, y apuntemos hacia las nuevas tierras cuya conquista extraliteraria
parece ser un fenómeno significativo dentro del siglo. Una forma de
manifestación verbal, la novela, nos servirá para examinar el método, el
mecanismo por el cual se articula un ejercicio verbal a cierta visión, a cierta
re-visión de la realidad.
El desafio de la creación Juan Rulfo
Desgraciadamente
yo no tuve quién me contara cuentos; en nuestro pueblo la gente es cerrada, sí,
completamente, uno es un extranjero ahí.
Están
ellos platicando; se sientan en sus equipajes en las tardes a contarse historias
y esas cosas; pero en cuanto uno llega, se quedan callados o empiezan a hablar
del tiempo: "hoy parece que por ahí vienen las nubes..." En fin, yo
no tuve esa fortuna de oír a los mayores contar historias: por ello me vi
obligado a inventarlas y creo yo que, precisamente, uno de los principios de la
creación literaria es la invención, la imaginación. Somos mentirosos; todo
escritor que crea es un mentiroso, la literatura es mentira; pero de esa
mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno
de los principios fundamentales de la creación.
Considero
que hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo crear
el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a hablar
ese personaje, cómo se va a expresar. Esos tres puntos de apoyo son todo lo que
se requiere para contar una historia: ahora, yo le tengo temor a la hoja en
blanco, y sobre todo al lápiz, porque yo escribo a mano; pero quiero decir, más
o menos, cuáles son mis procedimientos en una forma muy personal. Cuando yo
empiezo a escribir no creo en la inspiración, jamás he creído en la
inspiración, el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir
a ver qué sale y llenar páginas y páginas, para que de pronto aparezca una
palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser
aquello. A veces resulta que escribo cinco, seis o diez páginas y no aparece el
personaje que yo quería que apareciera, aquél personaje vivo que tiene que
moverse por sí mismo. De pronto, aparece y surge, uno lo va siguiendo, uno va
tras él. En la medida en que el personaje adquiere vida, uno puede, por caminos
que uno desconoce pero que, estando vivo, lo conducen a uno a una realidad, o a
una irrealidad, si se quiere. Al mismo tiempo, se logra crear lo que se puede
decir, lo que, al final, parece que sucedió, o pudo haber sucedido, o pudo
suceder pero nunca ha sucedido. Entonces, creo yo que en esta cuestión de la
creación es fundamental pensar qué sabe uno, qué mentiras va a decir; pensar
que si uno entra en la verdad, en la realidad de las cosas conocidas, en lo que
uno ha visto o ha oído, está haciendo historia, reportaje.
A mí
me han criticado mucho mis paisanos que cuento mentiras, que no hago historia,
o que todo lo que platico o escribo, dicen, nunca ha sucedido y es así. Para mí
lo primero es la imaginación; dentro de esos tres puntos de apoyo de que
hablábamos antes está la imaginación circulando; la imaginación es infinita, no
tiene límites, y hay que romper donde cierra el círculo; hay una puerta, puede
haber una puerta de escape y por esa puerta hay que desembocar, hay que irse.
Así aparece otra cosa que se llama intuición: la intuición lo lleva a uno a
pensar algo que no ha sucedido, pero que está sucediendo en la escritura.
Concretando,
se trabaja con: imaginación, intuición y una aparente verdad. Cuando esto se
consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer: el
trabajo es solitario, no se puede concebir el trabajo colectivo en la
literatura, y esa soledad lo lleva a uno a convertirse en una especie de médium
de cosas que uno mismo desconoce, pero sin saber que solamente el inconsciente
o la intuición lo llevan a uno a crear y seguir creando.
Creo
que eso es, en principio, la base de todo cuento, de toda historia que se
quiere contar. Ahora, hay otro elemento, otra cosa muy importante también que
es el querer contar algo sobre ciertos temas; sabemos perfectamente que no
existen más que tres temas básicos: el amor, la vida y la muerte. No hay más, no
hay más temas, así es que para captar su desarrollo normal, hay que saber cómo
tratarlos, qué forma darles; no repetir lo que han dicho otros. Entonces, el
tratamiento que se le da a un cuento nos lleva, aunque el tema se haya tratado
infinitamente, a decir las cosas de otro modo; estamos contando lo mismo que
han contado desde Virgilio hasta no sé quienes más, los chinos o quien sea. Mas
hay que buscar el fundamento, la forma de tratar el tema, y creo que dentro de
la creación literaria, la forma -la llaman la forma literaria- es la que rige,
la que provoca que una historia tenga interés y llame la atención a los demás.
Conforme
se publica un cuento o un libro, ese libro está muerto; el autor no vuelve a
pensar en él. Antes, en cambio, si no está completamente terminado, aquello le
da vueltas en la cabeza constantemente: el tema sigue rondando hasta que uno se
da cuenta, por experiencia propia, de que no está concluido, de que algo se ha
quedado dentro; entonces hay que volver a iniciar la historia, hay que ver
dónde está la falla, hay que ver cuál es el personaje que no se movió por sí
mismo. En mi caso personal, tengo la característica de eliminarme de la
historia, nunca cuento un cuento en que haya experiencias personales o que haya
algo autobiográfico o que yo haya visto u oído, siempre tengo que imaginarlo o
recrearlo, si acaso hay un punto de apoyo. Ése es el misterio, la creación
literaria es misteriosa, y uno llega a la conclusión de que si el personaje no
funciona, y el autor tiene que ayudarle a sobrevivir; entonces falla
inmediatamente. Estoy hablando de cosas elementales, ustedes deben perdonarme,
pero mis experiencias han sido éstas, nunca he relatado nada que haya sucedido;
mis bases son la intuición y, dentro de eso, ha surgido lo que es ajeno al
autor.
El
problema, como les decía antes, es encontrar el tema, el personaje y qué va a
decir y qué va a hacer ese personaje, cómo va a adquirir vida. En cuanto el
personaje es forzado por el autor, inmediatamente se mete en un callejón sin
salida. Una de las cosas más difíciles que me ha tocado hacer, precisamente, es
la eliminación del autor, eliminarme a mí mismo. Yo dejo que aquellos
personajes funcionen por sí y no con mi inclusión, porque entonces entro en la
divagación del ensayo, en la elucubración; llega uno hasta a meter sus propias
ideas, se siente filósofo, en fin, y uno trata de hacer creer hasta en la
ideología que tiene uno, su manera de pensar sobre la vida, o sobre el mundo,
sobre los seres humanos, cuál es el principio que movía las acciones del
hombre. Cuando sucede eso, se vuelve uno ensayista. Conocemos muchas
novelas-ensayo, mucha obra literaria que es novela-ensayo; pero, por regla
general, el género que se presta menos a eso es el cuento. Para mí el cuento es
un género realmente más importante que la novela porque hay que concentrarse en
unas cuantas páginas para decir muchas cosas, hay que sintetizar, hay que
frenarse; en eso el cuentista se parece un poco al poeta, al buen poeta. El
poeta tiene que ir frenando el caballo y no desbocarse; si se desboca y escribe
por escribir, le salen las palabras una tras otra y, entonces, simplemente
fracasa. Lo esencial es precisamente contenerse, no desbocarse, no vaciarse; el
cuento tiene esa particularidad; yo precisamente prefiero el cuento, sobre
todo, sobre la novela, porque la novela se presta mucho a esas divagaciones.
Cuando veo a un intelectual, le saco la vuelta, y considero que el escritor debe ser el menos intelectual de todos los pensadores, porque sus ideas y sus pensamientos son cosas muy personales que no tienen por qué influir en los demás ni hacer lo que él quiere que hagan los demás; cuando se llega a esa conclusión, cuando se llega a ese sitio, o llamémosle final, entonces siente uno que algo se ha logrado.
Entrevista a Juan Rulfo
J. R.
Pues sí. Entre ellas, las obras de Knut Hamsun, las cuales leí -absorbí
realmente- en una edad temprana. Tenía unos catorce o quince años cuando
descubrí este autor, quien me impresionó mucho, llevándome a planos antes
desconocidos. A un mundo brumoso, como es el mundo nórdico, Pero que al
mismo tiempo me sustrajo de esta situación tan luminosa donde vivimos nosotros
-este país tan brillante, con esa luz tan intensa. Quizá por cierta tendencia a
buscar precisamente algo nublado, algo matizado, no tan duro y tan cortante
como era el ambiente en que uno vivía. Entonces, de los autores nórdicos, Knut
Hamsun fue en realidad el principio, pero después continué buscándolos,
leyéndolos, hasta que agoté los pocos autores conocidos en ese tiempo, como
Boyersen, Jens Peter Jacobsen, Selma Lagerlof. Para mí fue un verdadero
descubrimiento Halldor Laxness -eso fue mucho antes de que recibiera el premio
Nobel. De modo que yo sentía una especie de simpatía hacia esos autores. Me
daban una impresión más justa, o mejor, más optimista que el mundo un poco
áspero como era el nuestro.
J. S.
Y en literatura mexicana, por ejemplo en la novela de la Revolución Mexicana ,
¿hizo lecturas también?
J. R.
Sí. Efectivamente, la novela de la Revolución Mexicana
me dio más o menos una idea de lo que había sido la Revolución. Yo
conocí la historia a través de la narrativa. Ahí comprendí qué había sido la Revolución. No me
tocó vivirla. Reconozco que fueron esos autores, hoy subestimados, los que
realmente abrieron el ciclo de la novela mexicana. Por ejemplo, Rafael F.
Muñoz, Azuela, Martín Luis Guzmán, López y Fuentes sobre todo en Campamento,
más que en el resto de su obra. De Muñoz es importante Se llevaron el cañón
para Bachimba. También su novela histórica sobre Santa Anna, que trata
irónicamente a este personaje de la historia mexicana.
J. S.
¿Podría dar una idea de cómo llegó a encontrar la manera de escribir Pedro Páramo?
J. R.
Pues en primer lugar, fue una búsqueda de estilo. Tenía yo los personajes y el
ambiente. Estaba familiarizado con esa región del país, donde había pasado la
infancia, y tenía muy ahondadas esas situaciones. Pero no encontraba un modo de
expresarlas. Entonces simplemente lo intenté hacer con el lenguaje que yo había
oído de mi gente, de la gente de mi pueblo. Había hecho otros intentos -de tipo
lingüístico- que habían fracasado porque me resultaban poco académicos y más o
menos falsos. Eran incomprensibles en el contexto del ambiente donde yo me
había desarrollado. Entonces el sistema aplicado finalmente, primero en los
cuentos, después en la novela, fue utilizar el lenguaje del pueblo, el lenguaje
hablado que yo había oído de mis mayores, y que sigue vivo hasta hoy.
J. S.
¿Cómo ve usted el hecho de que algunos críticos digan que Pedro Páramo
es una novela oscura?
J. R.
Bueno, para mí también, en realidad, es oscura. Creo que no es una novela de
lectura fácil. Sobre todo intenté sugerir ciertos aspectos, no darlos. Quise
cerrar los capítulos de una manera total. Se trata de una novela en que el
personaje central es el pueblo. Hay que notar que algunos críticos toman como
personaje central a Pedro Páramo. En realidad es el pueblo. Es un pueblo muerto
donde no viven más que ánimas, donde todos los personajes están muertos, y aun
quien narra está muerto. Entonces no hay un límite entre el espacio y el
tiempo. Los muertos no tienen tiempo ni espacio. No se mueven en el tiempo ni
en el espacio. Entonces así como aparecen, se desvanecen. Y dentro de este
confuso mundo, se supone que los únicos que regresan a la tierra (es una
creencia muy popular) son las ánimas, las ánimas de aquéllos muertos que
murieron en pecado. Y como era un pueblo en que casi todos morían en pecado,
pues regresaban en su mayor parte. Habitaban nuevamente el pueblo, pero eran
ánimas, no eran seres vivos.
J. S.
Otra pregunta para mí importante: ¿cómo se compagina la visión de un mundo
muerto, y por implicación de un México muerto; la visión tan pesimista en donde
se niega la progresión del hombre en el tiempo, cómo compaginar esa
interpretación tan amarga con la de Juan Rulfo, persona e individuo?
J. R.
Bueno, es que en realidad nunca he usado, ni en los cuentos ni en Pedro
Páramo, nada autobiográfico. No hay páginas allí que tengan que ver con mi
persona ni con mi familia. No utilizo nunca la autobiografía directa. No es
porque yo tenga algo en contra de ese modo novelístico. Es simplemente porque
los personajes conocidos no me dan la realidad que necesito, y que me dan los
personajes imaginados.
J. S.
Pero se supone que una novela refleja la visión del mundo que tiene su autor.
J. R.
Tal vez en lo profundo haya algo que no esté planteado en forma clara en la
superficie de la novela. Yo tuve una infancia muy dura, muy difícil. Una
familia que se desintegró muy fácilmente en un lugar que fue totalmente
destruido. Desde mi padre y mi madre, inclusive todos los hermanos de mi padre
fueron asesinados. Entonces viví en una zona de devastación. No sólo de
devastación humana, sino de devastación geográfica. Nunca encontré ni he
encontrado hasta la fecha, la lógica de todo eso. No se puede atribuir a la Revolución. Fue
más bien una cosa atávica, una cosa de destino, una cosa ilógica. Hasta hoy no
he encontrado el punto de apoyo que me muestre por qué en esta familia mía
sucedieron en esa forma, y tan sistemáticamente, esa serie de asesinatos y de
crueldades.
J. S.
Volviendo al arte de escribir novelas, ¿cómo es el proceso de creación de un personaje?
J. R.
No puedo saber hasta ahora qué es lo que me lleva a tratar los temas de mi obra
narrativa. No tengo un sentido crítico-analítico preestablecido. Simplemente me
imagino un personaje y trato de ver a dónde este personaje, al seguir su curso,
me va a llevar. No trato yo de encauzarlo, sino de seguirlo aunque sea por
caminos oscuros. Yo empiezo primero imaginándome un personaje. Tengo la idea
exacta de cómo es ese personaje. Y entonces lo sigo. Sé que no me va a llevar
de una manera en secuencia, sino que a veces va a dar saltos. Lo cual es
natural, pues la vida de un hombre nunca es continua. Sobre todo si se trata de
hechos. Los hechos humanos no siempre se dan en secuencia. De modo que yo trato
de evitar momentos muertos, en que no sucede nada. Doy el salto hasta el
momento cuando al personaje le sucede algo, cuando se inicia una acción, y a él
le toca accionar, recorrer los sucesos de su vida.
J. S.
Cambiando un poco el enfoque de esta conversación, ¿diría usted que Pedro
Páramo es novela de negación?
J. R.
No, en lo absoluto. Simplemente se niegan algunos valores que tradicionalmente
se han considerado válidos. Para mí, en lo personal, estos valores no lo son.
Por ejemplo, en la cuestión de la creencia, de la fe. Yo fui criado en un
ambiente de fe, pero sé que la fe allí ha sido trastocada a tal grado que
aparentemente se niega que estos hombres crean, que tengan fe en algo. Pero en
realidad precisamente porque tienen fe en algo, por eso han llegado a ese
estado. Me refiero a un estado casi negativo. Su fe ha sido destruida. Ellos
creyeron alguna vez en algo, los personajes de Pedro Páramo, aunque
siguen siendo creyentes, en realidad su fe está deshabitada. No tienen un
asidero, una cosa de dónde aferrarse. Tal vez en este sentido se estima que la
novela es negativa. Esto me hace pensar en aquellas personas que piensan que la
justicia más justa es la mejor de todas las justicias, cuando es la más grande
de las injusticias. Así, en estos casos la fe fanática produce precisamente la
antifé, la negación de la fe. Debo hacer una advertencia. Yo procedo de una
región donde se produjo más que una revolución -la Revolución Mexicana ,
la conocida-, en donde se produjo asimismo la revolución cristera. En ésta los
hombres combatieron unos en contra de otros sin tener fe en la causa que
estaban peleando. Creían combatir por su fe, por una causa santa, pero en
realidad, si se mirara con cuidado cuál era la base de su lucha, se encontraría
uno que esos hombres eran los más carentes de cristianismo.
J. S.
Puesto que ya se refirió a su región (Jalisco), ¿no quiere elaborar un poco la
personalidad histórica de esa zona?
J. R.
Sí, porque hay que entender la historia para entender este fanatismo de que
hemos venido hablando. Yo soy de una zona donde la conquista española fue
demasiado ruda. Los conquistadores ahí no dejaron ser viviente. Entraron a
saco, destruyeron la población indígena, y se establecieron. Toda la región fue
colonizada nuevamente por agricultores españoles. Pero el hecho de haber
exterminado a la población indígena les trajo una característica muy especial,
esa actitud criolla que hasta cierto punto es reaccionaria, conservadora de sus
intereses creados. Son intereses que ellos consideraban inalienables. Era lo
que ellos cobraban por haber participado en la conquista y en la población de
la región. Entonces los hijos de los pobladores, sus descendientes, siempre se
consideraron dueños absolutos. Se oponían a cualquier fuerza que pareciera
amenazar su propiedad. De ahí la atmósfera de terquedad, de resentimiento
acumulado desde siglos atrás, que es un poco el aire que respira el personaje
Pedro Páramo desde su niñez. Ahora, para cerrar esta plática, vuelvo al punto
del posible negativismo de Pedro Páramo. No creo que sea negativo, sino
más bien algo como lo contrario, poner en tela de juicio estas tradiciones
nefastas, estas tendencias inhumanas que tienen como únicas consecuencias la
crueldad y el sufrimiento.
viernes, 21 de junio de 2013
Not Knowing Donald Barthelme
Let us suppose that someone is writing a story. From the world of conventional signs he takes an azalea bush, plants it in a pleasant park. He takes a gold pocket watch from the world of conventional signs and places it under the azalea bush. He takes from the same rich source a handsome thief and a chastity belt, places the thief in the chastity belt and lays him tenderly under the azalea, not neglecting to wind the gold pocket watch so that its ticking will, at length, awaken the now-sleeping thief. From the Sarah Lawrence campus he borrows a pair of seniors, Jacqueline and Jemima, and sets them to walking in the vicinity of the azalea bush and the handsome, chaste thief. Jacqueline and Jemima have just failed the Graduate Record Examination and are cursing God in colorful Sarah Lawrence language. What happens next? Of course, I don't know.
It's appropriate to pause and say that the writer is one who, embarking upon a task, does not know what to do. I cannot tell you, at this moment, whether Jacqueline and Jemima will succeed or fail in their effort to jimmy the chastity belt's lock, or whether the thief, whose name is Zeno and who has stolen the answer sheets for the next set of Graduate Record Examinations, will pocket the pocket watch or turn it over to the nearest park employee. The fate of the azalea bush, whether it will bloom or strangle in a killing frost, is unknown to me.
A very conscientious writer might purchase an azalea at the Downtown Nursery and a gold watch at Tiffany's, hire a handsome thief fresh from Riker's Island, obtain the loan of a chastity belt from the Metropolitan, inveigle Jacqueline and Jemima in from Bronxville, and arrange them all under glass for study, writing up the results in honest, even fastidious prose. But in so doing he places himself in the realm of journalism or sociology. The not-knowing is crucial to art, is what permits art to be made. Without the scanning process engendered by not-knowing, without the possibility of having the mind move in unanticipated directions, there would be no invention.
This is not to say that I don't know anything about Jacqueline or Jemima, but what I do know comes into being at the instant it's inscribed. Jacqueline, for example, loathes her mother, whereas Jemima dotes on hers--I discover this by writing the sentence that announces it. Zeno was fathered by a-what? Polar bear? Roller skate? Shower of gold? I opt for the shower of gold, for Zeno is a hero (although he's just become one by virtue of his golden parent). Inside the pocket watch there is engraved a legend. Can I make it out? I think so: Drink me, it says. No no, can't use it, that's Lewis Carroll's. But could Zeno be a watch-swallower rather than a thief? No again, Zeno'd choke on it, and so would the reader. There are rules.
Writing is a process of dealing with not-knowing, a forcing of what and how. We have all heard novelists testify to the fact that, beginning a new book, they are utterly baffled as to how to proceed, what should be written and how it might be written, even though they've done a dozen. At best there's a slender intuition, not much greater than an itch. The anxiety attached to this situation is not inconsiderable. "Nothing to paint and nothing to paint with," as Beckett says of Brain van Velde. The not-knowing is not simple, because it's hedged about with prohibitions, roads that may not be taken. The more serious the artist, the more problems he takes into account and the more considerations limit his possible initiatives--a point to which I shall return.
What kind of a fellow is Zeno? How do I know until he's opened his mouth?
"Gently, ladies, gently," says Zeno, as Jacqueline and Jemima bash away at the belt with a spade borrowed from a friendly park employee. And to the park employee: "Somebody seems to have lost this-here watch."
Let us change the scene.
Alphonse, the park employee from the preceding episode, he who lent the spade, is alone in his dismal room on West Street (I could position him as well in a four-story townhouse on East Seventy-second, but you'd object, and rightly so, verisimilitude forbids it, nothing's calculated quicker than a salary). Alphonse, like so many toilers in the great city, is not as simple as he seems. Like those waiters who are really actors and those cab drivers who are really composers of electronic music, Alphonse is sunlighting as a Parks Department employee although he is, in reality, a literary critic. We find him writing a letter to his friend Gaston, also a literary critic although masquerading pro tern as a guard at the Whitney Museum. Alphonse poises paws over his Smith-Corona and writes:
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