Nihil nisi bonum. Y luego Reyes: el secreto de la crítica reside
en no pedirle a un hombre que sea algo que no es (o a un libro, porque el autor
está muerto –pero Reyes no leyó al pedante Barthes). El problema es que la
crítica no sólo le ha pedido, sino que le ha concedido a Aron Hector Schmitz un lugar preponderante en las letras del siglo XX, como el autor de una de las
novelas más importantes de su siglo. Novela psicológica. Y luego está también,
su supuesta amistad con Joyce. O más precisamente, el lugar de La conciencia junto al Ulysses como uno de los mejores
especímenes de novela psicológica del XX. Pirueta psicológica. Pirueta mercadológica.
Entonces, para no
pedirle a Svevo peras, siendo claramente un olmo, es mejor pensar que el triestino
judaico no leyó a Joyce ni la crítica los leyó a ninguno, realmente. De otra
manera, como Platón ante Sócrates, el amigo Italo hubiera quemado sus
cuentitos. O los habría reescrito con las enormes posibilidades que había
señalado Joyce. Los saltos de conciencia, el fluir del río de Heráclito en el
que no sólo nos metemos sino que nos bañamos, enteritos. Nada de lo que promete
Svevo lo cumplen sus líneas: escribir sin la conciencia, sin agrupar los
pensamientos: filas y no racimos. En vez de eso hay una vocecita chillona, una
suerte de pepe-grillo tarado, que hace chistes a lo grande. Chistes como éste:
-Es guapísima pero no es para nuestros dientes…
-Es curioso que pusiera mis dientes junto a los
suyos, con el peligro de contagiarme sus caries.
El narrador, el
focalizador, el no-autor nunca se despega de este humor un poco provincial, pasable
para un folletín, pero ya en un tabicón se vuelve un poco como el tío
chistosito que uno se traga en la cena de Navidad pero que de visita cada
semana en la casa se vuelve insoportable.
Esas
posibilidades de la conciencia y la comicidad explotadas tan bien y otramente por Apuleyo;
o ya por sus coetáneos y coterráneos Pirandello, Fo, Pavese. Cuestión de gustos
o de tapas, la contraportada promete una comedia
psicológica; pero ¿qué clase de comedia? ¿sátira? ¿sainete? ¿farsa? ¿entremés?
O mejor: comedia de malentendidos:
El doctor presta
demasiada fe a esas dichosas confesiones mías, que no quiere devolverme para
que las revise. Ignora lo que significa escribir en italiano para nosotros, que
hablamos –y no sabemos escribir- el dialecto ¡Con cada una de nuestras palabras
italianas mentimos!
Teoría: Italo
quería escribir una novela bella y grande; preciosa comedia psicológica en la
que la conciencia de un fumador –entiendo que algunos fumadores se vean
tiernamente atraídos por la novela, como los diabéticos lo hacen con los
productos a base de azúcar– hace todo por boicotearse; la historia de una alma
fumadora y mujeriega que hace chistes a costillas de sus propias chuletas, con saltos ridículos
y fársicos; con personajes repugnantes y entrañables, en fin, con un lenguaje mordaz y oscuro, como la conciencia misma. Pero cada vez que tomaba el
lápiz, la mano lo traicionaba. Como al triestino que quería escribir en italiano, las ideas se le aparecían ahí, limpias y firmes, claras
y rotundas pero las letras no acompañaban: siempre terminaba escribiendo otra
cosa, con la voz de un payaso de circo. Tragedia de tragedias la del amigo Italo que
genera empatía y comprensión –y qué lejos están la empatía de la simpatía, la
comprensión de la admiración– en todos los que hemos tomado la pluma alguna vez y las
ideas se nos han hecho un puñado de canicas entre las manos.