viernes, 9 de abril de 2021

"Dimension" de Alice Munro, o de haeresibus

    En Dimension se aprecia una férrea crítica repartida en dos niveles: en el primero la crítica apunta al personaje principal, Doree, y en el segundo al personaje y al discurso del "antagonista", Lloyd. Valga resaltar que para llevar a cabo su cometido, Munro delinea a ambos personajes con una precisión y una concisión admirables. A partir de detalles inocuos, pinceladas descriptivas, Doree (prototipo de millones de mujeres agachonas y dolientes) aparece como un personaje vencido, mentiroso y en extremo sumiso (o co-dependiente) que irrita por su tibieza a la hora de oponerse al concubino. El grado de desconcierto que produce el personaje llega a lo insultante cuando el lector se entera, después del acto execrable que comete Lloyd, de que Doree hasta lo visita en el psiquiátrico. Todo eso, sin embargo, coadyuvará para que el final liberador del personaje central resulte más efectivo.

   La segunda crítica apunta al personaje Lloyd. La personalidad indignante de éste, pero sobre todo la acción abyecta que comete contra sus hijos conmueve por su crueldad, por el desparpajo con el que la lleva acabo (otra pincelada maestra de la autora) y por saberse cosa de todos los días en alguna parte del globo. Ya por ese simple hecho el cuento se justifica. Pero en este punto se realiza una suerte de desdoblamiento. Uno de los puntos cruciales del entramado narrativo es el "discurso" de Lloyd de lo que él llama, en la carta que le envía a Doree, la "dimensión". De inicio el asunto evidencia el inconmensurable cinismo y/o arrogancia del personaje con respecto a Doree pues, aún en esos niveles de locura o proyección, él sigue siendo superior a ella, es a él, y no a ella, a quien se le revela esa dimensión a través de la cual puede "ver" a sus hijos. La carta (una carta fundacional, como se verá) es por demás interesante. En ella, Lloyd habla de paz espiritual, de la perturbación que "tenía al principio", de "parar el sufrimiento", "salir al otro lado" y de "alcanzar la paz". Al mencionar a las grandes figuras religiosas de la historia y, de paso y de manera irónica, a Sócrates, al sugerir que ha trascendido el mundo, Lloyd no hace sino fundar una religión personal, herética como todas en Norteamérica, y cuyo primer adepto ha de ser, precisamente, Doree.

    En un punto de la historia, Doree deja en claro, entre la sombra de dudas que también la aquejan, que nadie puede ni tiene por qué entender la relación que ella tiene con Lloyd. Aquí se aprecia una de las "dimensiones" del cuento, una en el que viven relegados de la sociedad ambos padres, uno encerrado por cometer un crimen y la otra apartada por ser, según el escrutinio público, partícipe pasivo del crimen. Quedan claras en ese punto las razones de las recurrentes visitas de Doree al psiquiátrico. La muy tentadora idea de poder ver a sus hijos, primero increíble, termina por dominarla y la única forma de conseguir tal cosa es a través del médium, el sacerdote, que le ha de permitir alcanzar la dimensión en donde se hallan sus hijos. Ante esta encrucijada, el lector se vuelve cómplice de Doree y padece con ella, pero también alcanza a vislumbrar el grado sumo de manipulación de Lloyd cuando recurre a la estrategia (operación transmundana clásica) de describirle "el otro mundo" donde se encuentran los niños asesinados.

    Y es aquí cuando se inserta, como escena culminante, la escena del accidente en la carretera. Dicho pasaje no puede entenderse más que como una liberación de Doree, liberación de la idea de la dimensión y liberación definitiva de Lloyd. Doree siente una empatía inmediata hacia el joven accidentado (que bien podría evocarle a su hijo mayor). Le insufla oxígeno al muchacho (curiosamente, se trata de una técnica que Lloyd le enseñó) y con ello le devuelve la vida. Ese momento parece ser iluminador y, acaso, a partir de allí se le torne patética la "dimensión" de Lloyd. El consuelo que éste planea llevarle (de ninguna forma desinteresadamente) se desmorona: sus hijos no están en ninguna parte y, si lo están, el supuesto contacto con ellos en nada puede compararse a la vida. El recurso al "sacerdos" resulta estéril.